martes, 9 de marzo de 2010

Magic Mountain

Hay algo indescriptible que surge mágicamente entre personas que se aman. Simplemente un gesto, una mirada, que te toquen suavemente mientras duermes o ver una de sus camisetas adormilada sobre una silla mientras el permanece fuera de casa, consigue llenarte el corazón de tal modo que asusta.

Me costó conciliar el sueño las primeras noches que dormí junto al Dr. Egoiste... pensaba que si cerraba los ojos, despertaría y entendería que todo había sido una fantasía. Pero poco a poco pude comprobar aliviada que por muchas veces que me sobresaltara aquella infantil idea, siempre que despertaba él seguía a mi lado.

Durante los primeros meses hubo tantos cambios en mí, que me costaba reconocer mi feliz imagen en el espejo por la mañana y sentí toda la fuerza del Universo en mi interior. Incluso si alguien me lo hubiera pedido habría hecho magistrales acrobacias paseando por las nubes.

De todos modos, este sentimiento novelesco dura unos meses, porque si no sería imposible vivir en ese estado de borrachera sentimental y hubiera corrido el riesgo de dejar perpleja de por vida a Fabiana, que andaba buscando como las locas a la Gipsy de antaño y me miraba con desconfianza de alienigena cuando desayunábamos juntas por la mañana.

Tras volver a mi vida terrenal y subir solo al paraíso cuando me dejaba llevar, retomé las tareas de la casa de las diez habitaciones y comenzamos nuestra primera época estival con parejas que buscaban en aquel antiguo convento un lugar para relajarse y olvidar lo que la vida les exige fuera de estas paredes de piedra.

Al principio mis compañeros se reían cuando les decía que tenía la certeza que habíamos creado un paraíso para enamorados... porque me costaba no fijarme en las manos entrelazadas de los desayunos, las miradas cómplices cuando entraban en la recepción y las sutilezas de sus caricias cuando descansaban en el salón. Desde luego, aquellas parejas no eran las mismas cuando entraban por la puerta mirando con curiosidad la decoración, que las parejas que se despedían de nosotros hasta la próxima visita... acaramelados y con el brillo de ojos que solo produces cuando estás enamorada y has disfrutado entre sábanas como la mismísima Serezade...

Mientras yo pienso que es la magia de las montañas que nos rodean, Fabiana dice que es por los rituales morunos que su abuela hizo mientras nosotras nos entreteníamos en elegir el color de las habitaciones. Lucilda, sin embargo afirma que no le demos más vueltas, que se le va siempre la mano con la canela en los postres y es material inflamable si no se toma con mesura. El Dr. Egoiste, por no darme la razón, secunda a Lucilda hablado con énfasis sobre las propiedades afrodisíacas de la canela.

Sea lo que sea, hoy en día, siendo conscientes del poder de nuestras paredes... no hay quien no crea en aquellos primeros pronósticos que hice, acerca de lo ojipláticas que deben estar los espíritus de las monjitas que pasearon por estos pasillos rezando interminables rosarios. Por si acaso, cuando nadie me oye, les digo en voz alta: "Amor, Hermanas, es solo Amor... pero en frascos diferentes"

3 comentarios:

Emma Núñez dijo...

Hola Gipsy, me hizo mucha ilusión leerte en mi blog, y me alegra volver a leerte en el tuyo. Un lugar muy especial ese convento, reconvertido como un gran nido de amor. Un abrazo!

Anónimo dijo...

A ver si algún día coincidimos en ese paraiso mi compi, yo y por supuesto su creadora... un beso

Argax dijo...

La canela, hay una historia familiar que nunca escribí, mi mamá hace arroz con leche y cuando quiere mostrar su enfado a mi padre le da el cuenco que no ha espolvoreado con canela. Una forma sutil de decir, mejor que hoy me dejes tranquilas que no está el horno para bollos.

Conozco a más de una pareja que le haría falta una vueltecita por tus diez habitaciones.

Un abrazo.